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Misión de Verano - Entre Ríos

¡Itinerancia sin rumbo!

El 14 de Enero de este 2018 nos encontramos una fraternidad de alrededor de 30 misioneros en Rosario del Tala, Entre Ríos, para compartir unos días de misión con nuestros hermanos de esa zona. Había jóvenes de la casa, frailes y hermanas. Cinco de esos misioneros, salimos de itinerantes por el camino, éramos Franco, Berni, Jesús, Morita y yo, Belén. Desde el comienzo, fray Jesús nos invitó a que vayamos escuchándonos cada día, que no pongamos un rumbo marcado, sino que vayamos dejando que el Espíritu que nos habita nos fuera guiando día a día. ¡Y así fue! Salimos al camino confiados en que el Padre nos cuida, nos provee y nos envía por medio de la comunidad desde la cual partimos y a la cual volvemos.

Personalmente, sigo confirmando que la itinerancia es una forma preciosa de encarnar el Evangelio con libertad, de caminar pobres por Aquel que se hizo Camino y pobre por nosotros, y encontrarnos desde un lugar de minoridad muy palpable, ya que vamos como necesitados, si no nos llevan, no llegamos a ningún lado, si no nos comparten de su comida, no comemos, si no nos alojan, dormimos a la intemperie,... Creo que esta minoridad tan abrazada y vivida por nuestros hermanos Francisco y Clara, nos abre a la libertad del encuentro y nos revela la generosidad de tantos y tantas, que aún en lo recóndito de una isla (como Laura y Marcos, y don González) viven con simplicidad el Evangelio en lo cotidiano (“al que te pide que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él…”, como Tony y Araceli lo hicieron con nosotros) y fueron en esos días manifestación para nosotros del Dios-con-nosotros. ¡Qué bien que nos hace salir al encuentro desde nuestra pobreza y reconocernos que todos somos hermanos!

También en la itinerancia creo que se vive con mucha fuerza la fraternidad, los cinco que fuimos no nos conocíamos todos con todos, y este lugar de necesidad se da especialmente ahí, salir de uno mismo para estar atento a la necesidad de mi hermano/a, manifestarnos mutuamente nuestras necesidades, escucharnos para ver hacia dónde seguimos, compartir al final del día cómo estamos (aún si se nos habían hecho las tres de la mañana!!) y en ese compartir restituir lo que se nos dio, y que no nos pertenece. En la fraternidad la Vida fluyó intensamente, fue de mucho disfrute, de mucho cuidado mutuo, de mucha alegría, de mucha hondura.

Experimento que el mundo necesita de esa presencia pobre de la Iglesia que refiere a la presencia de Aquel que nos envía, Jesús, y que tanto bien hace, lo cual palpo en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino o en los que simplemente nos ven al costado de la ruta.

Gracias al Padre de las Misericordias por tanto bien compartido, por la vida de Clara y Francisco, y gracias a mis hermanos de camino por hacer de la fraternidad una morada abierta (como la de Lucas).

“Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos”.

Hna. Belu Martín 🙂