De un joven de a otro...

"Buscando en lo profundo..."

Tere Thibaud 

Hace muchos años que me pregunto cómo puedo seguir a Jesús, al modo de Francisco y Clara, en mi vida cotidiana. No me resulta una pregunta fácil de responder. Me siento interpelada día a día, e intento que mi cotidianidad no me aleje de esta búsqueda.

Unos de los signos donde identifico el comienzo de esta vocación fue cuando tenía 16 años y participé en una misión de verano en el norte argentino. En ese momento descubrí una Tere que desconocía, movida por la realidad de muchos hermanos y por la vida compartida. En cada misión de los años que siguieron a aquella primera vez, fui descubriendo el espíritu misionero y así comenzó a forjarse en mí un deseo profundo de un estilo de vida compartida. Por momentos creía que quería vivir misionando y así fui tomando algunas pequeñas y no tan pequeñas decisiones.

Mi vocación está muy ligada a mi profesión. Comencé estudiando Administración de Empresas, aunque no duré mucho. La sed de encuentro me salía por los poros y así decidí virar el timón y comenzar la carrera de Trabajo Social.

Llegar a La Casa, me permitió encausar este deseo profundo, de una manera que no había imaginado.

Conocí la Casa de Jóvenes en el 2010 y desde ese primer encuentro me sentí en casa.

Me encontré con hermanos, que hoy son amigos; y con amigos, que hoy son hermanos.

Me encontré con un modo de vivir a Jesús en fraternidad que me convocó.

Me encontré con un abrazo de bienvenida y con un sentirme recibida, que hoy mientras escribo, me vuelve a conmover.

Fui llamada por mi nombre, escuchada y cuidada, al igual que Jesús llamó a sus amigos y que San Francisco de Asís cuidó a sus hermanos.

Me sentí verdaderamente amada.

Me sentí convocada y admirada por la radicalidad y la locura de Francisco y por su amor hacia los más pobres.

Me encontré con un Jesús humano y cercano.

En todos estos años de camino, me animo a decir que mi vocación se fue encausando y reafirmando. Haber puesto la mirada, como nos invita Francisco, sobre los que se encuentran al costado del camino, sobre los invisibles, los leprosos,  los que necesitan amor, me llevó primero a conocerme a mí, a sanar mis propias lepras y a descubrir y celebrar mis dones para ponerlos al servicio de los demás.

En este camino también conocí a muchas personas del barrio y de la Casa que me fueron marcando y enseñando el lenguaje del amor. A estar atenta a los detalles, a detenerme en lo importante, a estar y permanecer sin correrme. Me hicieron ver, también, la injusticia y la fragilidad, la falta de oportunidades y las diferencias sociales. Hubo muchas historias que me pusieron en movimiento.

Fue así que después de mucho acompañamiento y de profundizar en mi deseo, después de una pequeña misión de invierno, me animé a ponerle palabras a ese deseo y a compartirlo.  Me di cuenta de que no era la única en esta búsqueda. Y así, después de algunos meses de preparación, entre varios, pudimos poner nuestra profesión al servicio en la comunidad de la Misión San Francisco, Pichanal, Salta, como voluntarias, durante más de un año con hermanas de la Casa. Nuestro deseo era vivir en la comunidad y compartir la Vida. Vivir en fraternidad y ser hermanas.

Tuve encuentros que me marcaron y me transformaron. Vínculos que me enseñaron a amar y  a ser amada.

Vidas que me hablaron de un Jesús vivo y verdadero. Muchas veces sufriente; y otras muchas alegre, invitándome a compartir la fiesta.

Descubrir y reafirmar que la vocación tiene que ver con mi propia vida, con aquello que me hace feliz y me permite entregarme y ser instrumento para los demás, asumiendo mis dones y mis fragilidades, me hizo más libre y me permitió elegir cómo y desde dónde quiero “entregar” mi vida. Cómo y por dónde ser pan que se parte, reparte y comparte con los demás.

Desde mi ser Trabajadora Social, y sobre todo desde mi ser Tere, con mis dones y mis fragilidades, busco ser puente y me apasiona el poder del encuentro con el otro. Y así, busco que mis trabajos, mis actividades y las formas que tengo de vincularme, se acomoden a este deseo. Las formas fueron cambiando, pero la esencia permaneció. Me llama el mundo desigual en el que vivimos y me mueve la búsqueda de oportunidades para aquellos que no las tienen. Busco ser disponibilidad y descanso y que mi vida sea vida para otros.

Hoy escribo estas palabras desde un avión camino a una comunidad originaria en Puerto Iguazú, Misiones, por un viaje de trabajo. En mi mano también tengo otro pasaje para disfrutar, la semana próxima, de unos días de vacaciones en Pichanal y Aguaray y encontrarme con rostros amigos que son para mí, grandes maestros.

Cuento esto último porque creo que en mi vocación, haber salido de mi tierra, de lo conocido, del territorio seguro de mi casa y de mi familia, haber salido al encuentro, me hizo ser quién soy hoy. Y desde este salir, volver y elegir seguir caminando en mi tierra de origen tuvo mucho aprendizaje.

Cada viaje a un encuentro, sea a pocas cuadras de casa, en La Matanza, en Mariló, en Pichanal o en Santa Victoria, es para mí un viaje a mi deseo profundo de compartir la vida y luchar por un mundo más justo. Un mundo donde sea válido mirarnos y sentirnos hermanos; abrazarnos y cuidarnos verdaderamente. Intento vivir mi día a día, desde las certezas del camino itinerante de Francisco, despojado y confiado. Caminando con otros, en movimiento. Hoy elijo vivir en Buenos Aires, y gracias a Dios, mi trabajo me permite ese movimiento y este salir al encuentro que me apasiona.

Deseo que el lenguaje del amor sea nuestro faro constante y que nos permita dejar de lado las diferencias para compartir la mesa. Esa mesa que es, como dice la canción, “territorio del encuentro, donde nadie se sienta extranjero. Esa mesa que nos reúne como comunidad en La Casa de Jóvenes y donde el pan se hace eucaristía compartida.

Deseo que mi vocación, tu vocación y nuestra vocación se sigan encontrando,  amando y estando al servicio y disponibles para quien  las necesite.