"Madre, danos tu mirada para vivir como hermanos"
Volver a Luján: por mi seguimiento personal, en comunidad y como parte de una Iglesia que nos cobija. En el camino, todos; o sea el Pueblo.
Caminé con la sensibilidad a flor de piel. Dos claves fueron protagonistas en esta peregrinación: me urgía atravesar un trayecto (dar pasos), experimentar el “ir hacia”, para entregar mis vivencias más profundas que hoy hablan de no control, algo de vacío y sed de confianza; que en María encontrarían el lugar más acertado. Ella, la del sí.
Y la segunda clave fue mi sed de la fe del Pueblo, la que desborda de confianza, fe que ilumina cualquier oscuridad. El bastón, el cuerpo lastimado, el bebé en el carrito, la edad avanzada, los jóvenes, los niños, los adultos: todos caminan porque creen. Es sencillo, la Madre nos lleva al corazón de su Hijo, para eso me atrevo a decir que caminamos todos: en petición, en acción de gracias o en promesa.
El Pueblo, cada rostro que me crucé, me decía “Creé, Dios está, Dios escucha” y así con el entusiasmo al arrancar y con el dolor avanzada la noche, caminé. Se puede caminar con dolor, forma parte de la vida; un dolor que será sanado. Caminar a la par de desconocidos, que en esos pasos, se hacían hermanos, porque la unidad nos la daba aquella Madre que nos esperaba y caminar entre nosotros, los rostros de la Comunidad. Salir de la Casa juntos para encontrarnos con los demás. El regalo de la caminata a la par, el mirarnos en silencio con el Hno. Gastón y que nuestros ojos se pongan vidriosos porque la fe del de al lado nos atravesaba; la alegría de Loli y su bailecito espontáneo ante la música que sonaba al costado de la ruta; el llegar a Rodríguez y que el Hno. Ezequiel y Yami, por tu nombre te indiquen a donde ir y llegar a la plaza para el encuentro con el fraile, el padre de fraile, los amigos, los amigos de los frailes, los hermanos, la Comunidad que nucleaba a La Teja, Ejércitos de los Andes y Mariló ¡que banquete nos esperó en Rodríguez y luego en Luján!
Caminé respetando mis tiempos, dándole la bienvenida cuando el dolor llegó, gozando ser parte de una Iglesia grande, amplia, sin límites. Llegué a Luján, me emocioné, entregué mi corazón lleno de nombres, lleno de deseos, de pedidos, de acción de gracias. Llegamos a Luján, nosotros, los caminantes de la vida, que en octubre nos congregamos en Luján y que el resto del año caminamos hacia barrios, parajes, capillas, centros comunitarios, la casa de la familia y de los amigos, creyendo en el Dios de la Vida.
Gracias María de Luján por convocarnos a salir a los caminos y así, hermanados, llegar todos al mismo puerto, tú casa, para ir cada día un poco más al centro del corazón de Jesús.
Paz.