El regreso del Hijo Prodigo
"Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
Cuando aun estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo."
"El Padre, abrazando a su Hijo, está abrazando a cada uno de nosotros"
En Jesús, el Padre está abrazando y perdonando a todos los pecadores de todos los tiempos, de todos los pueblos, de todas las edades, géneros y condiciones. Esas dos manos curiosamente, una masculina y otra femenina, quizá figurando Rembrandt la doble dimensión de Dios, como padre y madre de todos sus hijos están abrazando a todo pecador que regresa a la casa paterna. Dios hizo solidario a su Hijo con todos los pecadores del mundo y de todos los tiempos. Sintamos cómo ese abrazo infinito y caluroso del Padre llega hasta nosotros y nos invita a la confianza, a la alegría, a la entrega total y definitiva a Dios en la casa paterna. Y, venga la fiesta. Comamos y bebamos, porque este Hijo nuestro estaba perdido y ha retornado a la casa del Padre; estaba muerto y ha vuelto a la vida.