El sábado 15 de Julio, 33 jóvenes y no tan jóvenes, frailes y laicos, mujeres y varones, partimos desde distintas partes del país (Buenos Aires, Córdoba y Salta), rumbo a Paraguay. Siendo nuestro destino casi una excusa, ligeros de equipaje, moviéndonos a dedo, sin plata ni provisiones, salimos al camino. Y en esta condición, vulnerables y necesitados al borde de la ruta, nos salieron al encuentro. Porque de esto se trata, aunque sea un poco, la itinerancia, de encontrarnos y dejarnos encontrar, así como estamos, con lo poco que traemos. Es salir al camino despojados, necesitados, pobres, y dejar que la Providencia se manifieste, en el encuentro con quienes nos cruzamos, en nuestros hermanos, en pequeños y grandes gestos, en miradas, en palabras, en silencios, en la espera…
La itinerancia nos predispone a una actitud de receptividad y apertura a lo que el camino nos va regalando, una actitud de confianza en un Dios que nos está cuidando y que se hace presente y visible en el camino. Una experiencia de un continuo presente, en donde nada se puede planificar, porque toda ilusión de control está fuera de nuestro alcance. Implica un constante ponernos en las manos del Dios Providente. Y no por mérito propio, sino porque, en esas condiciones, no te queda otra. Soltar, confiar y dejar que Dios sea Dios, y que Él te conduzca. Y en medio del camino, ya sea florecido o árido, con lluvia o sol, el Reino se presenta entre nosotros, para ser vivido y disfrutado. El evangelio se hace carne, se hace vida. “Busquen primero el Reino y su justicia, lo demás se les dará por añadidura”. Nunca tan palpable esta cita. El Reino se presenta a cada paso, se hace visible. Somos testigos de esto, y de una Providencia que siempre, siempre sorprende.
Estos 15 días, fueron días cargados de encuentros, de disfrute, de sorpresa, de recepción, de entrega, de libertad, de experiencia de Reino, y podría seguir... Todavía siguen decantando muchas cosas. Hoy siento una alegría inmensa y una profunda gratitud. Siguen volviendo a mi mente y a mi corazón rostros, gestos, personas, palabras que descubro siguen calando, hondo. La delicadeza, el cuidado y el amor recibido en estos días, me conmueve profundamente. “Si Dios viste así a la hierba de los campos, ¡cuánto más hará por ustedes!”. Nuevamente, el Evangelio se hace experiencia. Y me anima a creer cada día un poco más.
¿Podrá esta “actitud del itinerante” transformarse en mi modo de vida? Actitud que me invita a recibir lo que la vida me regala, a permanecer en los momentos de espera, a encontrarme con el otro despojada, a descubrirme necesitada y animarme a manifestar mi necesidad, a vivir desde el saberme sostenida y conducida por un Dios que sabe lo que hace. Ojalá que sí. Ojalá poder vivir cada día más desde esta actitud, de receptividad, de confianza, de despojo, de dejarme encontrar, una verdadera actitud contemplativa.