"Arranqué el Camino de Emaús acompañada por el hermano miedo. También, con el abrazo amigo y la invitación constante del hermano Gastón. Adentro, la tensión, la historia y también la vida, pujando por salir.
¿Qué anhelas?, repetía la canción del espacio de oración de la mañana. Y mi respuesta interna era sólo “baaaasta”. Me daba bronca no saber. La pregunta fue calando hondo y se transformó, sin darme cuenta, en motor, fueguito.
En el camino miré mi historia. La puse en las palabras. La bailé, abracé y acaricié. Se la entregué a Jesús en una tinaja de barro.
Re-descubrí la Buena Noticia de que nada me determina, que la muerte nunca tiene la última palabra, que la herida también puede ser misión. Y en ese proceso artesanal, pude compartir mi historia y recibir la de otros.
En el camino se me cayeron muchas máscaras, rigideces y prejuicios. Cada tanto-muy seguido en realidad- siguen apareciendo pero los miro con más ternura.
En estos meses, se me regalaron hermanos y hermanas. Me abrieron sus vidas y yo abrí la mía, no sin miedo, pero me hice ese regalo de confiar. Se empezaron a tejer vínculos desde lo pequeño: una charla que anulaba la siesta pero que me llenaba de energía, un abrazo largo y contenedor, pasos de danza en el parque.
Caminé la risa y el llanto, la incertidumbre, la soberbia, el amor y la paciencia. Me animé a alzar mi voz y ser genuina en lo que sentía. Me sentí acompañada y aceptada, aún en las diferencias.
El camino me dejó latiendo la pregunta de mi seguimiento a Jesús.
Sigo buscando, llena de preguntas, con mis torpezas, miedos y ansiedades, cómo seguirte. Al mirar para atrás, descubro tu paso, en el gesto compartido junto a las familias del barrio, en la plaza.
La restauración de las hamacas, la pintada del mural, el inflable, los chicos de la murga, las tortas hechas con tanto amor por las chicas, la celebración de la Eucaristía en la plaza. Una mesa grande para todos y todas. Y siento que mi camino va junto a mis hermanos, por ahí."
-Vicky-