La Casa en mí

En el otoño de 2002 yo tenía 20 años. Tenía algún conocimiento y una gran simpatía por Francisco de Asís nacidos de una obra de teatro en la que participé en mi adolescencia goyana. Nunca había visto un fraile en mi vida hasta aquel día en que un hermano me abrió el portón. El Tabor comenzaba esa tarde. Al cabo de unos días (¡sólo 3 y medio!) tuve esta certeza: “Acá yo me quedo”. Y así fue.

Me siento profundamente, entrañablemente, existencialmente hijo de esta comunidad a la que llamo -como tantos otros- “Casa”. Hoy tengo 35 años y no podría explicar las notas centrales de la percepción que tengo sobre mi y sobre mi vida, ni el modo en el que intentamos vincularnos con Julia, ni la manera en que queremos ser familia, ni el estilo de vida que anhelamos llevar, ni el modo de ser padre o de encarar mi profesión… sin hacer referencia a la comunidad de la Casa de Jóvenes.  

Esta comunidad me recibió gratuitamente, tuvo tiempo para mis preguntas y para lo que yo necesitaba decir. Me hizo descubrir mi vida como un don y me ayudó a encontrar la vida escondida que había en mí. Me alentó y me acompañó a que pudiera desplegarla. Me sostuvo en momentos de impotencia y tristeza. Me formó humanamente. Me dio criterios. Me ayudó a madurar. Me dio elementos para discernir y confrontarme, me mostró valores a los que destinar mi vida. ¡Fue realmente una escuela de humanidad! En ella hice amigos entrañables, a los que considero hermanos, con los que compartí hondamente entusiasmos y desazones. En ella aprendimos con Julia a seguir a Jesús de a dos, a querernos mejor, a conocernos más, a cuidarnos. Además esta Comunidad me enseñó a pensar y a rezar mi historia en clave franciscana, evangélica, a leerla como Historia de Salvación.  Me compartió a Jesús resucitado. Esperó junto a nosotros y recibió con alegría a nuestros hijos.

Muchas veces, en estos 15 años, me ha confirmado la esperanza en mi propia vida; y me ha hecho desear con todo el corazón ser mejor persona, creer mejor, ser más fiel, más pobre, más libre, más entregado.

¿Qué tiene la Casa? ¿Cómo es? ¿Qué anuncia? Se me ocurren estas pistas de lo que he visto y he oído, en mi vida y en la de otros:

  • Una Casa con una clara IDENTIDAD, cuyo sello es un CLIMA que hace base en el VÍNCULO entre jóvenes y frailes. Vínculo que se da con frescura y naturalidad.  
  • Es rostro de una IGLESIA RENOVADA. Cálida, alegre, sanadora. Que acogiendo rectifica experiencias eclesiales dolorosas.
  • ANUNCIA a DIOS desde las claves franciscanas: cercano, gratuito, vinculado, incondicional, que abraza fragilidades sin dejar nada de lo mío afuera.
  • Propone el SEGUIMIENTO DE JESÚS desde la LIBERTAD del hombre. Una espiritualidad humana, que integra, que libera y sana.
  • En CLAVE FRATERNA. Siempre caminando con otros. Creando verdaderas relaciones de hermandad. Reconociéndonos entre iguales.
  • Invitando a un PROCESO HUMANO de conocimiento personal, de madurez, de transformación. Ofreciendo disposición y  tiempo para acompañarlo en cada uno, ayudando y enseñando a releer la historia personal, trabajar las sombras, las heridas… Una verdadera ESCUELA DE HUMANIDAD.
  • En horizonte de SERVICIO, siempre para OTROS. Facilitando una experiencia de encuentro con los más pobres. Interpelando a la propia comodidad, instalando preguntas que resisten al tiempo.
  • Que fue haciéndose TRABAJO COMPARTIDO entre hermanos (frailes y laicos). Suscitando vocaciones y compromisos de participación que la comunidad legitima (ej. animación de retiros, acompañamiento laical, etc.).
  • Imprime huellas hondas en la experiencia vital y religiosa que luego se traducen en OPCIONES DE VIDA tomadas desde esos valores y descubrimientos.
  • El proyecto de la Casa de Jóvenes desborda ampliamente la Casa y la Provincia de Frailes que la creó. Ha sido un alimento que se multiplicó para muchos otros grupos, colegios, parroquias y comunidades.

La gratitud que siento por las muchas personas que me han acompañado y con las que he compartido no me entra en el corazón. Hoy mi lugar, privilegiado lugar, es acompañar a otros que están buscando Vida en abundancia y se acercan.

Soy testigo de que aquella novedad y la fuerza transformadora del anuncio que recibí en 2002 se sigue replicando, lo he visto muchas veces en otros a quien he acompañado. El mensaje sigue siendo actual y fecundo.

Pedro y Santiago, mis hijos, aman ir a Mariló. Sienten que es su casa. Abren la heladera de la cocina y saben donde guardan los frailes algunas golosinas en su sala de fraternidad. Siempre encuentran amigos para jugar. Este último fin de semana lo pasamos en la Casa, en el Tobías, compartiendo la vida, transmitiendo lo que vivimos y no podemos callar.

 

Gerardo Bassi, otoño de 2017.